viernes, 25 de mayo de 2018

La mujer loca

Desde hace tiempo tenía ganas de leer este libro. Lo compré en una tienda de segunda mano porque, además de ser de mi autor favorito, me llamaba la atención el título y la portada.

Comencé a leerlo y, sinceramente, la cosa prometía. Julia, una chica que estudia gramática y a la que se le aparecen frases para consultarle dudas, ella las desnuda y las examina, respondiendo todas las cuestiones que le plantean. Los primeros capítulos tratan sobre esto y, como filóloga, me parecía una manera muy curiosa y divertida de desgranar el lenguaje.

A medida que la novela iba avanzando empezó a perder interés para mí. Los problemas de Julia y la gramática se ven relegados a un segundo plano, dando lugar a una historia entre Emérita y Millás. Aunque esta historia es bastante entretenida, en algunas ocasiones el lector puede llegar a perderse. No me gustó que pasase a un primer plano, ya que tenía la esperanza de que las imaginaciones de Julia con la gramática continuasen en primer plano.

Aunque de las obras que he leído de Juan José Millás (que son bastantes) esta es la que menos interés me ha suscitado, bien es cierto que no llega a decepcionar. Continúa el estilo Millás, donde los personajes tienen personalidades extrañas, donde aparece un alter ego del propio autor y, como no, un psicoanalista y su diván. 

Además de estos tópicos típicos de la literatura de Millás, también es una obra que te hace reflexionar sobre lo verdadero y lo falso, sobre el destino y las casualidades y, en la primera parte, sobre la gramática de la lengua española (que como filóloga hispánica encontré sumamente interesante y en algunas ocasiones los capítulos me arrancaron más de una carcajada).

Claramente recomiendo la lectura de este libro y de todos los escritos por este autor. Aunque eso sí, no empecéis la lectura con grandes expectativas derivadas del título y la portada como me pasó a mí. Recuerda: nunca juzgues un libro por su portada.

Le empezó a resultar agobiante saber que estaba rodeada de sustantivos, que ella misma era un sustantivo en la medida en que se trataba de una chica o una joven o una mujer o una pescadera, daba igual, en todas sus versiones era un sustantivo, como la gente que la rodeaba en el metro, cuando iba a trabajar, como el vagón que los contenía a todos, lo mismo que sus ventanas y sus puertas, igual que las chaquetas de los hombres o sus relojes y las blusas de las mujeres, con sus botones, sustantivos también. Allá donde mirara, qué veía: rostros, cada uno de ellos con su boca y su nariz y sus ojos y sus orejas y su pelo, es decir, un sustantivo relleno de otros sustantivos (pensó en un pollo relleno de pollo)

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