Este libro ya me lo leí en segundo de bachillerato, cuando estaba indecisa entre hacer la carrera de filología clásica o la de hispánicas, mi profesor de filosofía me lo prestó para ver si me ayudaba en mi decisión. Aunque el autor es un filólogo clásico y trata los temas y problemas referentes a esta carrera, a mí me sirvió para darme cuenta de que lo que quería era dar clases de español a extranjeros y, por eso, me incliné por la filología hispánica. Lo que consiguió este libro además de abrirme los ojos con respecto a mi futuro, fue aumentar mi gusto por lo clásico.

Además de exponer estos problemas y de contar un poco sus aventuras y experiencias, propone soluciones, métodos de aprendizaje novedosos que resultan bastante interesantes. No solo propone métodos y manuales para el griego y el latín, también habla de lenguas como el inglés, alemán, francés, y algunos métodos que pueden ser útiles.
Sus experiencias, sus baches en el camino, pero sobre todo la ilusión con la que cuenta su experiencia y cómo superó esos pequeños problemas, me han dado esperanza para afrontar mi futuro como profesora de español en el extranjero. Además, me ha motivado para seguir aprendiendo lenguas con métodos diferentes y, seguramente, retomar en un futuro el latín y el griego clásicos.
El siguiente peldaño del aprendizaje era la morfología. Se nos informaba de que el latín tenía "casos", acontecimiento terrible y pecado original por el cual aquella lengua dejaba de serlo para transformarse en una suerte de problema matemático eterno. Se daban los valores de éstos y, si el alumno tenía suerte e iba bien en sintaxis, ya sólo le quedaba memorizar las desinencias que caracterizaban aquellos en los distintos tipos de palabras y ponerse a descifrar ristras de frases enigmáticas e inconexas, como si, una vez más, nos la hubiéramos de ver con los códigos interceptados al enemigo en plena guerra mundial
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